viernes, 9 de noviembre de 2012

Crítica del sistema carcelario

Resulta curioso comprobar cómo después de miles de años de civilización existen todavía determinados sistemas o instituciones humanas que permanecen esencialmente inalterables, por mucho que avancemos en otros terrenos como las ciencias sociales, la política o la tecnología. Un ejemplo es el sistema carcelario. Durante miles de años, el ser humano ha recurrido a las cárceles para eliminar a la delincuencia, y aunque haya cambiado en sus detalles la esencia del sistema permanece invariable.

Quizá la razón última de dicha permanencia es la sensación generalizada de que las prisiones son inevitables. Pero ninguna institución humana es inevitable si no está realmente justificada su existencia. A la pregunta de si las cárceles son realmente necesarias sólo se puede contestar respondiendo previamente a otra pregunta más inmediata: ¿es útil el sistema carcelario?

En ese sentido, la utilidad del sistema de prisiones viene determinada fundamentalmente por una triple función: punitiva (para castigar al culpable), preventiva (para disuadir al ciudadano de cometer delitos) y de rehabilitación (para reinsertar al preso en nuestra sociedad y evitar que vuelva a delinquir):

1) Función de rehabilitación. ¿Hasta qué punto se rehabilitan las personas que pasan por una cárcel? ¿La mayoría se rehabilitan o por el contrario reinciden luego de su estancia en ella? Resulta difícil entender cómo un ambiente carcelario, formado por todo tipo de delincuentes, puede ayudar a que una persona olvide la delincuencia. Parece más lógico, por el contrario, que la llamada "universidad del crimen" fomente nuevas relaciones entre delincuentes o el aprendizaje de nuevas formas de delitos. ¿Es una exageración decir que la cárcel en realidad fomenta la delincuencia, y que por tanto es contraproducente?

2) Función preventiva. Es más que discutible que las prisiones sean un eficaz sistema disuasorio contra la delincuencia. Si nos atenemos a los crímenes de sangre, la mayoría son pasionales y por tanto irracionales, y no es probable que una persona que actúa irracionalmente se detenga a sopesar de manera racional las consecuencias que conllevará la realización de su acto.

En lo que respecta al resto de delitos, la inmensa mayoría son debidos a situaciones de pobreza o marginalidad (hurtos, tráfico de drogas, etc.), es decir, o bien a la pura supervivencia o bien al ambiente, dos factores que probablemente pesen mucho más en la actuación de una persona que la amenaza de un futuro castigo. En este contexto, una medida preventiva sin duda más eficaz sería la eliminación de las bolsas de pobreza y marginación de nuestras sociedades.

3) Función punitiva. Ciertamente la cárcel supone un duro castigo para el delincuente, pero de poco sirve eso más allá de la simple satisfacción de un instinto primario de venganza. Y aparte de la nula utilidad de esa función, debemos considerar otros puntos de vista éticos y morales: ¿es lícita la privación de libertad de un ser humano? ¿Llegará un día en el que el derecho a la libertad sea considerado un derecho humano tan fundamental como el derecho a la vida, y por tanto ni siquiera el Estado pueda atentar contra él?

También hemos de tener en cuenta que al privar de libertad a un ser humano no sólo castigamos a ese ser humano, sino a todos los de su entorno. ¿Qué sucede con la familia de un penado? ¿Por qué se condena a dicha familia a renunciar a su ser querido? ¿Qué será de las personas que quizá dependan sentimental, material o económicamente del condenado, como unos padres, una pareja o unos hijos? Estamos hablando de una tragedia que trasciende el castigo a un único culpable para afectar a varios inocentes. ¿Es ético, por tanto, defender la función punitiva de la cárcel?

Otra cuestión que debemos añadir a las precedentes es la inmensa injusticia de los filtros sociales que desembocan en la cárcel. Me estoy refiriendo al sistema judicial que padecemos, desde el sistema de multas hasta las fianzas millonarias, pasando por la ausencia de gratuidad de la defensa judicial (lo que significa que los mejores abogados son también los más caros). Todo ello está diseñado con el fin evidente de castigar al delincuente pobre y volver impune al delincuente rico, lo que convierte a todo el sistema judicial en general, y al carcelario en particulario, en algo extremadamente perverso e injusto.

Se alegará que la razón de que el sistema carcelario permanezca invariable a lo largo de los siglos, a pesar de ser injusto, contraproducente, inútil y éticamente discutible, no es otra que la ausencia de una alternativa realista y viable al mismo. Pero lo cierto es que la humanidad no ha hecho ningún esfuerzo serio por replantearse dicho sistema, tal vez porque los delincuentes sean los últimos seres humanos de los que alguien querría preocuparse. De cualquier modo creo que ha llegado ya el momento de abrir un debate serio, sosegado y reflexivo sobre el sistema de prisiones con el fin de eliminarlo y reemplazarlo por otro (u otros, dado que la problemática que estamos tratando es variada y por tanto exige más de una solución) más útil, justo y humano.

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